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miércoles, 16 de octubre de 2013

NO LLORES, QUE NO PASA NADA

Él es alto, con buen porte, aún conserva la elegancia de hace no muchos años, incluso aún puede que alguien desde fuera no note a priori que está más afectado de lo que aparenta. Después de dar muchas vueltas desorientado, algo le hizo cambiar de dirección, como si de repente se “acordara” de que tenía que cumplir un encargo. Fue directo a su mesa. Se acercó despacito a ella, compañera de sala en una estancia común donde personas que conviven con la misma enfermedad, se miran a los ojos sin verse, se agachó para ponerse a la altura de su cara y le sonrió. Ella, al ver que se acercaba alguien sonriendo dejó de llorar, y lo miró extrañada. Él llevó la mano a la cara de su compañera, le acarició la mejilla, se acercó y le dijo bajito al oído, “no llores, que no pasa nada” y ella dejó de llorar y sonrió. 
 
Todos hablamos el mismo idioma, el Alzheimer no puede frenar el amor que sentimos por otras personas o el que otras personas nos dan sin pedir nada a cambio. 
 
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